La noche estaba empezando,
como las anteriores, había más calor que compañía;
de este lado aún tenía whisky.
A veces la noche sólo es eterna para mi.
Entonces Ana tocó a la puerta,
abrí,
la amé un poco antes de permitirle pasar,
con la sonrisa primero,
esa sonrisa que se podía comer con un beso largo
y el cuello que se dirigía hacia su escote,
el cabello escurriendo por los hombros.