Vamos a extrañar estos tiempos, le dije a Rosario.
Vivíamos en un edificio viejo, descuidado, perfecto.
No teníamos especialmente mucho dinero, pero tampoco eran malas épocas, y teníamos un ventanal que daba a los árboles, y esos árboles cubrían la ciudad que se estaba desmoronando. También ocultaban otros tiempos, de cuando había más aventura, pero también más dolor.